DesEsperanza
La desesperanza no pide ayuda.
Es una señora muy señoreada,
siempre está en silencio,
siempre está callada.
No esperes que la desesperanza te diga dónde está. No esperes que te avise. No quieras que te diga: ¡oye!, estoy aquí. La esencia misma de la desesperanza es el silencio. La nada. El vacío. Todo da igual y la existencia deja de tener sentido.
Si acaso a veces se oye algo, se deja ver, se mueve, se nota, se huele o se palpa; entonces, aunque lo parezca, no es. Se trata de su eco, o de la sombra de lo que en realidad hubo. Es una desesperanza bastante menos desesperanzada si puedes percibirla, porque cuando la desesperanza acecha, nadie jamás podrá oírla.
Si se siente, entonces aún hay esperanza.
La desesperanza ahoga, agarra por el cuello.
Apaga la luz, y dejan de percibirse los matices de las cosas; los colores se vuelven uno.
La desesperanza desgasta las emociones. Las congela o las aísla; las rapta, las destruye, las hace invisibles, las anestesia, las pausa y las pone en mute.
La desesperanza es ese parásito silencioso que se esconde, se camufla y vive a costa de su huésped.
Si se despista, pierde.
Si te despistas y te atrapa, pierdes.
Cuando un ser es víctima de la desesperanza, ha dejado de pertenecerse.
En definitiva, no la esperes, ni esperes que se vaya. Y no esperes algo de quien no tiene esperanza, porque la desesperanza tampoco espera.
Mimc
Comentarios
Publicar un comentario